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sábado, 29 de enero de 2011

Leer para escribir

Leer y escribir son dos procesos que van de la mano. Todo texto responde a una estructura. La adquisición de esa "estructura" se da a través del proceso de lectura. Un estudiante universitario, por ejemplo, tiene ante sí diversidad de formas de acercarse a un texto. La primera sería un acercamiento a su contenido. No obstante y a partir de ésta, esa visualización inicial puede y debe ser un proceso de concienciacion progresiva de lo que se dice, cómo se dice (recursos y estrategias, también disposición y secuencia de los contenidos), para qué se dice (intencionalidad del autor) y, una mucho más trascendental que exige reflexión, qué se dice sin querer. Quien logre dar respuesta a todas estas preguntas, puede considerarse un lector competente. Ahora bien, esta competencia lectora tampoco llega sola, se nutre de una habilidad que, a su vez, se desarrolla paralelamente: la escritura. 

Por tanto, son procesos que "van de la mano", leo y escribo, es decir, primero me apropio de un  vocabulario amplio (mucha gente no logra redactar nada coherente simplemente porque posee un léxico elemental, esta misma imposibilidad se les presenta en sus conversaciones, entonces dicen: "es que no sé cómo decirlo" o simplemente "es que me tranco"), visualizo las palabras en contexto, la diversidad de posibilidades comunicativas que poseen, los matices y variantes que su ubicación le aporta. Adquiero, también,  las convenciones gramaticales del texto escrito (ortografía, puntuación, acentuación, elementos de cohesión). A todo ello se suma un contenido clave, pero no codificado: las formas y maneras de decir las cosas (lo que de nuestra sociedad y cultura está plasmado en el texto,  modismos: costumbres lingüísticas). De estas consideraciones, derive usted cuál debería una de las actividades clave en todo proceso de formación...

jueves, 9 de diciembre de 2010

Autor, texto y lector

Tal y como se ha venido considerando, autor, texto y lector están íntimamente relacionados. El primero es quien toma decisiones acerca del texto que piensa producir: tipología textual, extensión, temática, usos lingüísticos, entre otros. El que escribe sabe que ese proceso de comunicación que inicia no se dará cara a cara, sino más bien será un evento postergado´. Por eso está consciente de que debe ser claro, preciso y puntual en sus planteamientos, ya que el texto será un ente inerte, fruto de sus intervenciones y se presentará para las consideraciones del lector como un producto acabado, al cual se le puede criticar, celebrar, pero no se  le puede realizar ninguna modificación sin que esto interfiera en el espacio de autonomía y propiedad del autor. El lector, en cambio, es un ser que puede asumir diversas posturas desde la más aplastante pasividad hasta la más diligente de las críticas. No obstante, al dar su versión del escrito (su lectura) construye una obra nueva, la suya, su interpretación. En ella participan los elementos aportados por el autor y  su obra, además de su conocimiento (experiencia) en relación con el asunto tratado.

¿Y por qué ocurre esto? Porque leer no es una acto ni pasivo, ni sencillo. Todo lo contrario, según afirman los psicolingüistas,   reviste de gran complejidad, ya que implica una búsqueda de significado que se da de manera progresiva, acumulativa y, ya señalaba Huey en 1908,  constructiva, ya que  "...sin significado no hay lectura..." (Goodman, 1986:18). 

De ahí que el acto de producción tampoco revista de sencillez, el autor debe dar la mayor cantidad de contribuciones posibles para que su escrito resulte ser de fácil comprensión. Es ahí, precisamente, donde entran en juego estrategias de producción textual que, en el caso del que escribe, necesita manejar. Si se trata de un docente, sólo podrá contribuir al desarrollo de las mismas en sus estudiantes si él mismo las posee.

Mario Vargas Llosa es un ejemplo de los que puede significar el arte de la escritura para una persona.


miércoles, 8 de diciembre de 2010

El lector y el texto

La habilidad de comunicar en forma eficaz se inicia en la oralidad y se profundiza mediante la ejercitación de la escritura y la lectura; habilidades que se complementan e interrelacionan. La diferencia entre ellas está en su momento de iniciación. Dadas las características de la lectura, esta tiene la posibilidad de comenzar al final de la primera infancia, aproximadamente hacia los cinco años (tal y como dice que inició su faceta de lector  el recién galardonado escritor peruano, Mario Vagas Llosa). La escritura, por el contrario, requiere de cierta maduración motriz e intelectual, evento  que ocurre en edades posteriores. 

¿Y qué tiene que ver todo esto con el lector y el texto? Bien, cuando se escribe, se ha dicho, es necesario tener presente al destinatario del documento, ya que cuando se lee, la decodificación resulta más o menos compleja en función del conocimiento que se tiene de la superestructura textual (forma) utilizada por el emisor. Dicho de manera sencilla, si el que lee está muy familiarizado con un determinado tipo de escrito, su lectura será más veloz y su compresión de la misma será más completa. Por tanto, el texto (si está bien escrito) no sólo será eficiente (en su el uso de los recursos para comunicar) sino que también será eficaz (pues ciertamente logrará su objetivo: transmitir una idea).

De manera tal que texto y lector se encuentran en la "experiencia" del último, mientras más avisado sea el que lee (tenga más experiencia), más posibilidades de entender tendrá. Su conocimiento de temas, estructuras y modismos hará menos complejo este proceso. Es por ello que Umberto Eco reconoce la importancia de la participación activa del lector y señala que el autor escribe, el lector decodifica y completa espacios de significación tomando como base su experiencia. Así autor, texto y lector cierran un ciclo de comunicación donde el que escribe impone estructura, contenido, estrategias discursivas y, el que lee dedica tiempo, esfuerzo físico e intelectual durante su interacción con el texto. Todo este recorrido tiene como resultado, según Petit y Segovia (1999), que el lector "altera" el texto en su recorrido y, a su vez, es "alterado" por éste.