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jueves, 9 de diciembre de 2010

Autor, texto y lector

Tal y como se ha venido considerando, autor, texto y lector están íntimamente relacionados. El primero es quien toma decisiones acerca del texto que piensa producir: tipología textual, extensión, temática, usos lingüísticos, entre otros. El que escribe sabe que ese proceso de comunicación que inicia no se dará cara a cara, sino más bien será un evento postergado´. Por eso está consciente de que debe ser claro, preciso y puntual en sus planteamientos, ya que el texto será un ente inerte, fruto de sus intervenciones y se presentará para las consideraciones del lector como un producto acabado, al cual se le puede criticar, celebrar, pero no se  le puede realizar ninguna modificación sin que esto interfiera en el espacio de autonomía y propiedad del autor. El lector, en cambio, es un ser que puede asumir diversas posturas desde la más aplastante pasividad hasta la más diligente de las críticas. No obstante, al dar su versión del escrito (su lectura) construye una obra nueva, la suya, su interpretación. En ella participan los elementos aportados por el autor y  su obra, además de su conocimiento (experiencia) en relación con el asunto tratado.

¿Y por qué ocurre esto? Porque leer no es una acto ni pasivo, ni sencillo. Todo lo contrario, según afirman los psicolingüistas,   reviste de gran complejidad, ya que implica una búsqueda de significado que se da de manera progresiva, acumulativa y, ya señalaba Huey en 1908,  constructiva, ya que  "...sin significado no hay lectura..." (Goodman, 1986:18). 

De ahí que el acto de producción tampoco revista de sencillez, el autor debe dar la mayor cantidad de contribuciones posibles para que su escrito resulte ser de fácil comprensión. Es ahí, precisamente, donde entran en juego estrategias de producción textual que, en el caso del que escribe, necesita manejar. Si se trata de un docente, sólo podrá contribuir al desarrollo de las mismas en sus estudiantes si él mismo las posee.

Mario Vargas Llosa es un ejemplo de los que puede significar el arte de la escritura para una persona.


miércoles, 8 de diciembre de 2010

El lector y el texto

La habilidad de comunicar en forma eficaz se inicia en la oralidad y se profundiza mediante la ejercitación de la escritura y la lectura; habilidades que se complementan e interrelacionan. La diferencia entre ellas está en su momento de iniciación. Dadas las características de la lectura, esta tiene la posibilidad de comenzar al final de la primera infancia, aproximadamente hacia los cinco años (tal y como dice que inició su faceta de lector  el recién galardonado escritor peruano, Mario Vagas Llosa). La escritura, por el contrario, requiere de cierta maduración motriz e intelectual, evento  que ocurre en edades posteriores. 

¿Y qué tiene que ver todo esto con el lector y el texto? Bien, cuando se escribe, se ha dicho, es necesario tener presente al destinatario del documento, ya que cuando se lee, la decodificación resulta más o menos compleja en función del conocimiento que se tiene de la superestructura textual (forma) utilizada por el emisor. Dicho de manera sencilla, si el que lee está muy familiarizado con un determinado tipo de escrito, su lectura será más veloz y su compresión de la misma será más completa. Por tanto, el texto (si está bien escrito) no sólo será eficiente (en su el uso de los recursos para comunicar) sino que también será eficaz (pues ciertamente logrará su objetivo: transmitir una idea).

De manera tal que texto y lector se encuentran en la "experiencia" del último, mientras más avisado sea el que lee (tenga más experiencia), más posibilidades de entender tendrá. Su conocimiento de temas, estructuras y modismos hará menos complejo este proceso. Es por ello que Umberto Eco reconoce la importancia de la participación activa del lector y señala que el autor escribe, el lector decodifica y completa espacios de significación tomando como base su experiencia. Así autor, texto y lector cierran un ciclo de comunicación donde el que escribe impone estructura, contenido, estrategias discursivas y, el que lee dedica tiempo, esfuerzo físico e intelectual durante su interacción con el texto. Todo este recorrido tiene como resultado, según Petit y Segovia (1999), que el lector "altera" el texto en su recorrido y, a su vez, es "alterado" por éste.

viernes, 3 de diciembre de 2010

El emisor y su texto

Aunque con muy poca frecuencia hallamos reflexiones en relación a esta temática, es importante considerar lo determinante del rol que desempeña el emisor y la relación que se establece entre éste y su texto. Sus características personales (edad, sexo, formación académica, circunstancia de enunciación, entre otros de tipo psicológicos y sociales) serán clave en la estructuración tanto externa como interna de su composición. 

En este contexto también se inserta lo que señalan Scardamalia y Bereiter (1992), quienes dicen que no es lo mismo  “decir el conocimiento” que “transformar el conocimiento”. Desde el punto de vista motor, ambos  ejercicios de redacción contemplan más o menos las mismas tareas, no obstante, no ocurre así desde una perspectiva intelectual. El primero exige sólo la capacidad de recordar, el segundo requiere una actividad cognoscitiva exigente, es decir, es un esfuerzo consciente y concentrado que conduce a la creación de conocimiento (Bereiter y Scardamalia, 1987).

Por otro lado, quien escribe despliega toda una gama de decisiones que afectan tanto el contenido como la estructura del texto. No importa qué tanto conocimiento o conciencia tenga en relación con las tipologías textuales y las distintas posibilidades de abordar un tema, indefectiblemente, como autores, siempre se está obligado a tomar decisiones de cómo hacerlo, las cuales serán más o menos asertivas en función de la experiencia. Obviamente nos estamos refiriendo al acto de la pura "composición", no al de la "transcripción" que aunque no desmerece es, definitivamente diferente. 


jueves, 2 de diciembre de 2010

¿Qué escribir?

Dicen los autores que el texto escrito cumple muchas funciones, una de las más relevantes es la "construcción del conocimiento" (Vargas, et.al., 2007:32). Es tal su contundencia que Wells (2001) afirma que el hecho de escribir constituye una forma especialmente poderosa de llegar a dominar un tema y más aún cuando el asunto sobre el que se redacta forma parte de una indagación y no de algo que ya se conoce. A mi juicio, en ambos casos resulta ser significativo, ya que si se conoce el tema, entonces el emisor tendrá la oportunidad de revisar lo que conoce del mismo (metacognición). Claro está, entre uno y otro (tema novedoso o tema conocido) el nivel de comprensión variará, a mayor conocimiento, mayor entendimiento. 

El tema pues, sobre el cual escribir, es un asunto que debe decidir quien  tenga el deseo de hacerlo o esté en la necesidad de presentar un texto escrito. La calidad, cantidad y profundidad de su composición dependerá de lo que necesite expresar, conozca y/o investigue del tema. Lo común es que la mayoría de los alumnos no tienen conciencia de la poderosa herramienta que es la escritura en los procesos de comprensión. Personalmente, puedo decir que leer y redactar fueron ejercicios recurrentes que asumí como estrategias de aprendizaje durante mi formación académica; la descubrí por casualidad y la sigo utilizando hasta ahora, por lo que, definitivamente, comparto esta postura.

Ahora bien, no basta con simplemente escribir, es necesario estar implicados emocionalmente con los textos que se crean. Estar conscientes de que su estructuración se da en varias fases: elaboración de un borrador, revisión, reedición y redacción del texto final. Por supuesto, si lo que se quiere es reflexionar brevemente sobre una lectura realizada, o incluso, una experiencia de vida (para ello son ideales los diarios) tal vez no sea necesario una reedición, pero este simple ejercicio de escritura diaria pude ayudar a la instauración del hábito. El perfeccionamiento del mismo se logrará con la práctica constante y comprometida. Para llegar a ser un escritor competente es necesario querer hacerlo cada vez mejor. 





miércoles, 1 de diciembre de 2010

Conocer y aplicar técnicas y recursos (1)

Cuando me plantee este tema sabía de la complejidad del mismo y de lo que significaría intentar hacerlo sencillo. Es precisamente en aras de esa sencillez que iré desglosándolo e intentando analizarlo desde todas sus facetas y, dentro de ellas, he escogido para esta entrega la del "contexto" por estar consciente de que todo escrito tiene su realización en un espacio, un tiempo y un propósito definido. Es decir, todo texto está inserto dentro de una situación comunicativa real o simulada (esta última es la que, en muchas ocasiones, está presente en los contextos académicos). En todos los casos, es imprescindible que quien escribe tenga en consideración los parámetros discursivos de la producción que intenta realizar.


Ahora bien, ¿a qué nos estamos refiriendo cuando hablamos de "parámetros discursivos"? Dicho de manera muy elemental, son las formas específicas como una determinada comunidad acostumbra a redactar un tipo de texto en particular. Ese uso define sus características tanto externas como internas (forma, extensión, distribución tipográfica, modismos (costumbres lingüísticas), rasgos lingüísticos específicos y hasta las consideraciones de tipo psicológicas (no olvidemos que entre las funciones de la comunicación está la necesidad de influir en el otro) que debe tener en cuenta el autor. Por tanto, es necesario tener presente: qué se dice, quién lo dice, a quién lo dice y para qué lo dice. Así, se unen texto y contexto en un sólo continuo. Dependiendo del tema, el emisor, el receptor y el propósito de esa comunicación se estructura el escrito. Todos ellos son elementos clave en su producción.