Leer y escribir son dos procesos que van de la mano. Todo texto responde a una estructura. La adquisición de esa "estructura" se da a través del proceso de lectura. Un estudiante universitario, por ejemplo, tiene ante sí diversidad de formas de acercarse a un texto. La primera sería un acercamiento a su contenido. No obstante y a partir de ésta, esa visualización inicial puede y debe ser un proceso de concienciacion progresiva de lo que se dice, cómo se dice (recursos y estrategias, también disposición y secuencia de los contenidos), para qué se dice (intencionalidad del autor) y, una mucho más trascendental que exige reflexión, qué se dice sin querer. Quien logre dar respuesta a todas estas preguntas, puede considerarse un lector competente. Ahora bien, esta competencia lectora tampoco llega sola, se nutre de una habilidad que, a su vez, se desarrolla paralelamente: la escritura.
Por tanto, son procesos que "van de la mano", leo y escribo, es decir, primero me apropio de un vocabulario amplio (mucha gente no logra redactar nada coherente simplemente porque posee un léxico elemental, esta misma imposibilidad se les presenta en sus conversaciones, entonces dicen: "es que no sé cómo decirlo" o simplemente "es que me tranco"), visualizo las palabras en contexto, la diversidad de posibilidades comunicativas que poseen, los matices y variantes que su ubicación le aporta. Adquiero, también, las convenciones gramaticales del texto escrito (ortografía, puntuación, acentuación, elementos de cohesión). A todo ello se suma un contenido clave, pero no codificado: las formas y maneras de decir las cosas (lo que de nuestra sociedad y cultura está plasmado en el texto, modismos: costumbres lingüísticas). De estas consideraciones, derive usted cuál debería una de las actividades clave en todo proceso de formación...